En Fórum las generaciones más jóvenes hemos podido conocer la historia y los orígenes del movimiento estudiantil en España gracias a lo que nos han contado Samuel Escobar, David Burt, Stuart Park, Pablo Martínez, Francisco Mira y Jorge Saguar. Pero además de estos, una persona clave en nuestra historia fue Ruth Siemens, por eso, no queremos dejar de conocer su perspectiva.
IFES envió a Ruth Siemens a España en el año 1968 para iniciar grupos evangelísticos en nuestro país. Hemos rescatado una entrevista de las primeras revistas Andamio en la que David Andreu entrevista a Ruth Siemens y sus respuestas nos retan a seguir llevando a cabo la misión.
¿Qué recuerdos guarda de su infancia?, ¿de la escuela?, ¿de la Universidad?
¡Tengo muchos, muchos recuerdos! Éramos diez hermanos en mi familia y me acuerdo muy bien de los juegos que teníamos: representaciones improvisadas de teatro, escenificando tiendas, restaurantes, etc., juegos de mesa por las noches, en los que también mis padres participaban… eran momentos muy alegres. También teníamos grandes fiestas familiares con frecuencia a las que asistían nuestros numerosos parientes.
Uno de mis recuerdos de esta época es el culto familiar… Cada noche, mi padre escogía y nos leía a cada uno de los hijos pequeños un versículo del pasaje que iba a ser leído a continuación. Luego teníamos que ir levantando la mano a medida que nuestro versículo era leído: era un buen truco para hacernos escuchar. Después de la lectura y algunos comentarios seguían las oraciones en turno desde el mayor al menor, si es que no estaba dormido todavía… Tengo que decir que en aquellos tiempos a veces no me gustaba mucho el culto familiar; pero ahora, después de muchos años, éstos son recuerdos especialmente preciosos para mí.
Otra cosa que recuerdo muy bien es el miedo que tenía al pensar en la segunda venida de Jesucristo. En aquella época estaban bastante de moda los sermones sobre este tema. Muchos días, al volver de la escuela y no encontrar a mamá enseguida, pensaba que seguramente él había venido ya y se la había llevado, dejándome a mí atrás porque, desde luego, yo no merecía ir con él. Sin embargo, tenía toda una serie de planes hechos para que su venida no me cogiera por sorpresa: en primer lugar, trataría de estar en todo momento cerca de mamá para, en el momento crítico, poder agarrarme de su falda e ir con ella. También llevaría conmigo a mi muñeca, así como dos sacos llenos de retales para, en el cielo, poder coser nuevos vestidos para la muñeca.
En la escuela tuve que aprender inglés. En nuestra familia ruso-alemana, hablábamos principalmente alemán y también un dialecto alemán-holandés. La escuela me encantaba y a los dos meses me cambiaron de la primera a la segunda clase porque ya sabía leer. Había aprendido a hacerlo por mí misma (en alemán, claro) mirando los textos que había colgados en las paredes de mi casa, así como investigando en una Biblia y tratando de relacionar ambas cosas.
Mi conversión es una experiencia inolvidable. De hecho, no tuvo nada de complicado ni espectacular. Después del sermón en una reunión evangelística de mi iglesia, se nos invitó a levantar la mano a aquellos que deseáramos recibir a Cristo como Salvador. Durante bastante rato tuve una lucha terrible: sabía que debía aceptarle pero tenía mucho orgullo y no quería hacerlo delante de las demás personas. Al final me convencí de que, si yo lo hacía, quizás otros se sentirían menos cohibidos a hacerlo, puesto que nadie había levantado su mano todavía. Así que empleé este pequeño truco para obligarme a hacer lo que realmente quería.
En efecto, cuando levanté mi mano, unas veinte personas más lo hicieron también.
Era muy, muy tímida. Creo que lo que más me ayudó a vencer la timidez fue el deseo de evangelizar. Era especialmente difícil para mí y casi me moría cada vez que intentaba hablar con alguna persona. A pesar de esto, algunas personas a las que había hablado se convirtieron y esto me animó a seguir.
¿Cuándo y cómo fue que sintió el llamado a su actual labor?
Después de la escuela secundaria hice estudios teológicos. Además de ser éstos muy valiosos, fue ésta la primera oportunidad de participar plenamente en la vida social de la escuela. Durante estos años me interesé por el trabajo misionero que se llevaba a cabo entre las tribus de indios en Sudamérica, sobre todo en el campo lingüístico. Con este motivo hice estudios especiales de lingüística descriptiva, pensando en la posibilidad de realizar esta clase de trabajo. Pero poco después enfermé y el médico dijo que sería mejor dejar para otra persona mis deseos de ir a la tribu de Sudamérica.
Entonces seguí estudios universitarios de pedagogía y psicología y fue aquí que encontré mi campo misionero. Sin duda que era allí donde Dios quería que estuviera entonces. Comenzamos un GBU y al fin del primer año éramos unas treinta personas: las experiencias que tuve constituyeron a la vez un entrenamiento para el futuro y una oportunidad de testimonio. Recuerdo que prolongué medio año más mis estudios para poder tener tiempo de orientar estudios bíblicos: llegué a tener cinco por semana.
Después de graduarme comencé a trabajar cerca de San Francisco como maestra. Durante mi tiempo libre seguí colaborando con los GBU. Junto con otros creyentes formamos lo que se podría llamar un grupo bíblico de educadores. Llegamos a tener actividades bastante grandes: cenas con más de cien personas, campamentos con estudiantes y en mi piso tenía un grupo de estudio bíblico con otros profesores no creyentes, algunos de los cuales se convirtieron.
Me habría agradado seguir con todo aquello por bastante más tiempo. Pero justamente entonces recibí una invitación para ir a Perú como profesora en un colegio americano. Fui sin una idea muy clara de lo que allí podría hacer, aparte mi trabajo y mi testimonio. Sin embargo, aquél resultó ser un campo misionero muy importante: la mayor parte de los alumnos de estos colegios no eran americanos, sino peruanos pertenecientes a familias bastante principales. Ello me dio la oportunidad de conocer a muchas de estas familias, a las cuales los misioneros no tenían normalmente ocasión de tratar.
Poco después de llegar conocí a una estudiante de psicología y ella empezó a enseñarme castellano. Al cabo de un tiempo de tener conversaciones acerca de Jesucristo, ella se convirtió y nuestras lecciones de español eran más estudios bíblicos que otra cosa. A través de ella pude conocer a otros estudiantes. También llegué a conocer a algunos universitarios de las iglesias de Lima. Con ellos formamos el primer GBU del Perú, con unos doce miembros. Al año siguiente el grupo se había duplicado y entre sus miembros había personas con un potencial extraordinario: Samuel Escobar, Pedro Arana, y otros que hoy están ocupando puestos de responsabilidad en el mundo evangélico del Perú.
Creo que todo esto ayuda a responder tu pregunta sobre cómo y cuándo sentí el llamado de Dios para esta labor. No puedo decir que hubiera un momento concreto cuando sentí este llamado. Además, creo que el llamado no es nunca a un lugar geográfico para un trabajo concreto, sino que el llamado bíblico, según lo entiendo, es un llamado de Jesucristo: estar dispuesto a hacer lo que él quiere e ir a dónde él quiere. Es ésta la decisión que uno debe hacer. El Ilamamiento está ya claramente dado en la Gran Comisión, así como en otros lugares de la Escritura. Lo que es verdaderamente importante es comprobar la orientación divina: cómo Dios nos dirige a través de diversas circunstancias y en distintos lugares.
Antes de marchar al Perú, le dije al Señor: “Es posible que me esté equivocando mucho acerca de cuál es tu voluntad, pero confío que, si esto es así, tú vas a arreglar mis errores. Tengo que ir allí para mostrarte que estoy dispuesta a seguirte”. Y fue impresionante ver como la situación se abrió para mí y recibir innumerables confirmaciones de parte de Dios.
De manera que, sin haberlo planeado, otra vez me encontré haciendo evangelización estudiantil. Sin embargo, era lógico que así fuera, porque era la continuación de lo que había estado haciendo en los años anteriores… Tras tres años en el Perú había un grupo bastante firme de estudiantes, con buenos líderes; habíamos tenido también buenos campamentos… Entonces comprendí claramente que era esto a lo que Dios me guiaba. Escribí a diversos colegios de otros países de Sudamérica para ver si podía conseguir un empleo e iniciar allí otro GBU.
Mientras tanto volví a California para visitar a mi familia. Luego regresé a Perú para ayudar en un campamento internacional que habíamos organizado y al que habíamos invitado a estudiantes de Bolivia y Ecuador. El campamento fue estupendo, tuvimos cinco estudiantes bolivianos y seis ecuatorianos que volvieron muy entusiasmados a sus países. Después de esto yo tenía muy poco dinero, el suficiente para vivir más o menos un mes. Estaba totalmente confiada en que iba a recibir una carta ofreciéndome un empleo en alguno de los países en que lo había solicitado. Por otra parte, no podía quedarme en Perú puesto que al marchar a USA dejé mi trabajo en el colegio de Lima. Pasaron los días y solo recibí respuestas negativas.
Empezaba a pensar que Dios me había abandonado cuando llegó una carta del Brasil. Yo no había escrito al Brasil: después de luchar con el español no pretendía aprender portugués. La carta me ofrecía ser directora de un colegio muy grande. Pero respondí diciendo que no me interesaba. Llegó una segunda carta y respondí de nuevo negativamente. Pero la situación era ya algo desesperada: ya no cabía esperar ninguna otra respuesta a mis solicitudes y todas las respuestas habían sido negativas. Entonces llegó un telegrama del Brasil: “Necesitamos su respuesta definitiva inmediatamente”. Cuando solo hay una puerta abierta es muy fácil saber lo que hay que hacer: envié un telegrama diciendo “sí”. Sólo después de llegar allá supe que tenía un salario bastante alto y un empleo estupendo. Profesionalmente no podía haber esperado una situación mejor. Una vez más era un campo misionero muy grande. Comencé a aprender portugués. Y el primer día en Brasil encontré a un chico universitario evangélico que, dos meses después, llegó a ser el primer presidente del primer GBU del Brasil, que se reunía en mi piso en Sao Paulo. No puedo extenderme más sobre el desarrollo del trabajo, pero debo decir que tuvimos campamentos, a los que asistieron estudiantes de otras ciudades, viajes para entrar en contacto con otros estudiantes…
¿Qué ha aprendido a través de todas estas experiencias?
Una de las cosas para mí importantes, ha sido ver cómo cada vez que Dios nos envía a un lugar, él siempre va delante. Pude ver esto claramente durante mi época en el Perú: convencida de que Dios quería que tuviésemos un GBU allí fui a hablar con varios pastores y misioneros. Ellos me dijeron que era muy difícil, o imposible de hacer, que habría que esperar algunos años. Me desanimaron bastante. Pero en poco tiempo teníamos un GBU. Y era el momento. Si hubiésemos esperado algún tiempo más, hubiera sido más difícil hacerlo. También cuando llegué al Brasil, Dios escogió al chico que he mencionado para ser el primer líder del grupo.
Todavía hoy él es director de un colegio muy grande y colabora estrechamente con el GBU por medio de la literatura… En el primer campamento que tuvimos en el Brasil, era muy difícil conseguir que viniesen estudiantes sin saber muy claramente de qué se trataba. Pero al final había quince estudiantes. Y aquellos quince eran realmente escogidos por el Señor. Casi todos ellos siguen todavía hoy muy activos como graduados.
También he aprendido que no hay recetas en la obra del Señor. En cada lugar donde he trabajado, el trabajo ha comenzado de manera distinta. Cada vez, desde luego, he precisado tener alguna idea de qué cosas podía intentar hacer. Pero, por ejemplo, cuando salí del Brasil, había allí unos cuarenta grupos y cada uno tenía una historia bien distinta. Creo que Dios no nos da recetas para el trabajo porque no quiere que dependamos de los métodos sino de él.
Tengo también muchas experiencias de la providencia de Dios. Nunca he sido realmente fuerte pero, sin embargo, nunca estuve enferma durante estos casi veinte años de vida bastante ajetreada, con muchos viajes y bastantes dificultades. Esto no lo considero algo natural, sino que creo que cuando Dios nos llama para hacer un trabajo, él nos da también las fuerzas necesarias.
Otra cosa que he aprendido es que Dios nunca permite que, cuando hemos confiado en él, las experiencias sean demasiado difíciles. Ya he mencionado lo difícil que era para mí el hacer este viaje a Perú. Yo había planeado telefonear a unos amigos misioneros en Lima durante una escala del vuelo en Panamá, pero resulta que solo tenía el número del apartado postal… Estaba muy preocupada. Decidí que, al llegar a Lima, dejaría las maletas en el aeropuerto y me iría a Correos a esperar los días que hicieran falta hasta que mis amigos aparecieran por allí. Pero al llegar a Lima a las cinco de la madrugada, de repente vi al misionero amigo mío en el aeropuerto. El dijo que no lo sabía, que había venido a acompañar a otra persona que debía tomar el mismo avión. Así había preparado Dios las cosas para mí. Diría incluso que son estos pequeños problemas los que constituyen la principal confirmación de nuestra orientación divina.
También creo que he aprendido que en el trabajo de Dios es necesario tener mucha paciencia: A veces los acontecimientos se suceden tan lentamente que nos desanimamos pero cuando, después de algún tiempo miramos atrás para ver lo que Dios ha hecho, no podemos sino sentir agradecimiento.
Hablemos de su trabajo en España. ¿Cómo y cuándo empezó?
Llegué a España en el otoño de 1968, hace seis años y medio. Samuel Escobar había pasado un año en Madrid preparando su tesis doctoral y había formado un grupo de estudiantes universitarios, que se reunió durate todo aquel año. También llegó a conocer a algunos estudiantes de Barcelona, así como a algunos líderes evangélicos. Al marcharse, sugirió a IFES que yo viniese a España, en parte para trabajar en Portugal también. Creo que, por aquella época, yo era la única asesora que sabía algo de español y de portugués a la vez. Por otra parte el trabajo en el Brasil estaba ya bastante desarrollado y con sus propios comités, asesores, etc.
¿Cuáles fueron las primeras impresiones?
Creo que, de nuevo, lo que más me impresionó fue ver cómo Dios había preparado las cosas. En Barcelona conocí a algunos estudiantes de Medicina: Pedro Oyola y después, por medio de él, Samuel Fabra, Josué Garrigós y otros. Solo dos semanas antes de mi llegada ellos habían formado la UME, con el propósito de conseguir fondos para el Hospital Evangélico. Me invitaron a la reunión del sábado siguiente y estuvimos conversando algunas horas sobre la posibilidad de evangelizar a sus compañeros en las facultades. Se entusiasmaron con la idea.
Pensaban que sería muy importante conseguir estudiantes de otras facultades también. Así que ellos se preocuparon en invitar a los demás. En este sentido, Barcelona es el primer lugar donde no he tenido que ir y buscar a los estudiantes uno por uno, cosa que puede llevar mucho tiempo, sino que desde el inicio ha sido realmente obra de los estudiantes. Creo que éste es un punto muy positivo. Así que, una vez más el Señor preparó las cosas para que antes de mi llegada estos estudiantes de Medicina decidieran agruparse. Recuerdo que, solo unas semanas antes de venir a España, me decía a mí misma que el hecho de que hubiera podido iniciar obra en otros lugares no implicaba que en Barcelona fuera a suceder lo mismo. Pero los hechos probaron enseguida que también aquí era la voluntad del Señor que iniciáramos la obra y esto me animó bastante.
¿Cómo ha evolucionado la Obra desde entonces?
En Madrid yo encontré algunos de los estudiantes que se habían venido reuniendo con Samuel Escobar. Ellos asistían a las reuniones de Operación Movilización y fue allí donde conocí a David Burt. Aunque al inicio no se trataba de un grupo universitario, después de algún tiempo se fue perfilando un grupo realmente estudiantil.
El primer campamento que realizamos en España tuvo lugar en Berea y a él asistieron Samuel Escobar y Pedro Arana. Habían principalmente estudiantes de Barcelona pero vinieron también dos chicos de Valencia que habíamos invitado. Lo que no sabíamos es que uno de ellos aunque asistía a una iglesia evangélica no era creyente. Se convirtió en aquel campamento y es Arturo Ortega, a quien todos conocemos ahora. Para mí es maravilloso comprobar cómo, desde el inicio, Dios estaba preparando los líderes para el futuro. Después del campamento, Arturo regresó a Valencia y comenzó el grupo de GBU allí. Aunque se tuvo que comenzar varias veces, la paciencia ha valido la pena, y hoy hay un grupo bueno allí. Desde aquella fecha ha hecho viajes por diversas partes de España. Recuerdo el primer viaje a Santiago de Compostela, cuando conocí a Maribel. Ella todavía no había entrado en la Universidad, pero estaba haciendo Magisterio, creo. Recuerdo también los viajes por Andalucía y los núcleos que ahora hay en Málaga, Granada y un pequeño comienzo en Córdoba, que espero que el próximo año sea un grupo de verdad. En Salamanca hemos tenido varios inicios también. Durante algún tiempo hubo allí un estudiante de medicina de Nicaragua, casado con una chica española, y también otro estudiante español. Tuvieron estudios bíblicos en su casa. Hicieron una buena labor, pero al marcharse no quedó nadie para continuar la obra.
Hace cuatro años hubo también un pequeño núcleo en Valladolid, pero no prosiguió al no haber ningún estudiante español. Espero que ahora, con Paquita, se pueda afianzar el trabajo. También hay un buen grupo en Zaragoza.
¿Cómo resumiría, entonces, estos seis años de labor?
Han sido años muy interesantes para mí. Será muy difícil dejar a todos los amigos que tengo en España. Ha sido un tiempo muy rico en experiencias y he visto continuamente la mano del Señor. Creo que puedo decir también que, incluso desde un punto de vista puramente humano, ha sido una experiencia verdaderamente enriquecedora.
¿Qué nos aconseja como GBU?
Creo que una de las cosas que debemos anhelar es más evangelización. Conseguir que todos los miembros del grupo realmente evangelicen. Creo tenemos que lanzar más redes, hacer nuevas actividades, más variadas, para encontrar aquellas personas que están buscando para que así nuestra evangelización intensiva sea más fructífera. Confío que la legalización facilitará esto en buen grado.
Creo que también es necesaria más oración en grupo. Las reuniones de oración matutinas son una buena idea, pero pienso que hay que encontrar tiempo para que el máximo número de miembros puedan orar juntos.
También necesitamos más preocupación por buscar a los estudiantes creyentes en sus respectivas iglesias y hacer amistad con ellos.
¿Qué aconseja a los graduados?
Una cosa que espero es que todos ellos tengan muy buenos empleos, para así poder ayudar económicamente al movimiento. También sería muy bueno si pudieran dedicarse a un trabajo de relaciones públicas, así como servir de consejeros y de estímulo constante a los estudiantes.
En resumen, creo que es muy importante que sigan manteniendo un contacto estrecho con el grupo. Una idea muy buena sería que, en todas aquellas ciudades donde ya hay graduados, éstos pudieran tener una reunión mensual, de oración y de información sobre el trabajo entre los estudiantes, así como para sus propios propósitos. Yo sé que los graduados son personas muy atareadas pero, en todo caso, siempre pueden traducir artículos o libros de otros idiomas, como algunos ya están haciendo.
David Andreu
Extraído del boletín de los GBUs n.» 8 (mayo de 1975).
Ruth Siemens estuvo en España (Barcelona) desde 1968 a 1975.