el llamamiento


Yehudi Menuhin, el famoso director de orquesta y violinista, ha cautivado a públicos de todo el mundo con sus interpretaciones en ambos campos. Como muchos grandes músicos, sus dones se manifestaron pronto. Debutó como violinista en San Francisco a la edad de siete años y lanzó su carrera universal a los doce, con un concierto histórico en el Carnegie Hall. En sus memorias,
El viaje inacabado, Menuhin cuenta la historia de cómo empezó su historia de amor con el violín, que duraría toda su vida.

Desde que tenía tres años, los padres de Menuhin le llevaron con frecuencia a conciertos en Nueva York, donde escuchó al director y primer violinista Louis Persinger. Cuando Persinger abordaba solos instrumentales, el pequeño Yehudi, sentado con sus padres en el palco, se quedaba cautivado.

“Durante una de aquellas actuaciones”, escribió Menuhin, “pregunté a mis padres si podían regalarme un violín para mi cuarto cumpleaños, y si Louis Persinger podría enseñarme a tocarlo”.

Según parece, le concedieron su deseo. Un amigo de la familia regaló al niño un violín, metálico y con cuerdas del mismo material. Yehudi Menuhin solo tenía cuatro años. Era imposible que tuviera los brazos y los dedos necesarios para hacer justicia a un violín de tamaño real, pero él se enfureció.

“Prorrumpí en llanto, lo tiré al suelo y no quise tener nada que ver con él”. Años más tarde, reflexionando sobre el episodio, Menuhin se dio cuenta de que no quería nada que no fuese lo auténtico, porque “sabía, instintivamente, que tocar era existir”.

De alguna manera, los seres humanos nunca estamos más felices que cuando expresamos los dones más profundos que son realmente nuestros. Y a menudo recibimos una visión reveladora de esos dones en un momento temprano de la vida.

Según el concepto bíblico del talento, los dones nunca son realmente nuestros ni para nosotros. No tenemos nada que no nos haya sido dado. En última instancia, nuestros dones son de Dios, y no somos más que “mayordomos”, responsables de la administración prudente de una propiedad que no es la nuestra. Por eso nuestros dones son siempre “nuestros para otros”, tanto en la comunidad de Cristo como en la sociedad más amplia fuera de ella, sobre todo para el prójimo necesitado.

Este es también el motivo por el que está mal tratar a Dios como una gran agencia de colocación, un directivo celestial que busca empleos perfectos para nuestros dones perfectos. La verdad no es que Dios nos encuentra un lugar donde aplicar nuestros dones, sino que Dios nos ha creado, a nosotros y a nuestros dones, para ocupar un lugar que él ha elegido, y solo seremos nosotros cuando estemos allí por fin.

Dios sabe para qué nos ha creado y a qué lugar nos llama para que vayamos. Hemos de conocer nuestro propio diseño único, que es el que Dios ha creado para nosotros.

Pero, ¿quiénes somos? ¿Y cuál es nuestro destino? El llamamiento insiste en que la respuesta se encuentra en que Dios sabe para qué nos ha creado y a qué lugar nos llama para que vayamos. Nuestros dones y nuestro destino no radican expresamente en los deseos de nuestros padres, los planes de nuestros jefes, las presiones de nuestro grupo de iguales, las perspectivas de nuestra generación o las exigencias de nuestra sociedad. En lugar de todo esto, hemos de conocer nuestro propio diseño único, que es el que Dios ha creado para nosotros.

¿Quieres que los dones mejores y más maravillosos que Dios te ha dado decaigan, invertidos solo en ti mismo? ¿O quieres darles libertad para que sean lo que son, cuando relaciones tus capacidades más profundas con la necesidad de tu prójimo y con la gloria de Dios?

 

Este es un fragmento de El llamamiento. Cómo hallar y cumplir el propósito esencial de tu vida, de Os Guinness