Lidia Marín, estudiante de GBU, escribe sobre su experiencia en el Verano GBU 2016. Este encuentro, que se celebró del 18 al 28 de julio en Codeseda (Galicia), incluye tanto Formación y Misión como el Campamento Nacional.
Dios nos sigue sorprendiendo diariamente, aún cuando creemos que nosotros estamos controlando la situación, de repente llega Él y nos recuerda su soberanía. Y cuando hemos perdido el control, de nuevo llega Él y nos acoge en sus brazos, ofreciéndonos un refugio eterno.
Este Verano GBU ha sido un constante recordatorio de ambos aspectos, de la increíble (y tan incomprensible a veces) soberanía de Dios y de su irresistible amor, que se refleja en el sacrificio de Jesús, pero también en su paz, que sobrepasa todo entendimiento, en su paciencia, en su ternura. Tanto Formación y Misión, en el que Ester Martínez destripó sin miedo y de forma clara y precisa el libro de Rut, como en el Campamento Nacional, en el que Apocalipsis, ese libro que tanto nos trae de cabeza, fue cortado limpiamente por la mitad y expuesto de forma genial por José de Segovia, pudimos aprender más del carácter de nuestro Dios, pero también de esta naturaleza nuestra, de nuestro propio camino errante como seres humanos, y de cómo necesitamos de Dios, Jesús y del Espíritu Santo para enderezarnos.
Pero para quien no haya estado en un Verano GBU, lo recuerdo, que en un día tenemos desayuno, comida, cena, y hasta postre, y que las exposiciones bíblicas eran tan solo el arranque de una alimentación nutritiva y bien variada, que nos cocinaron y presentaron José Daniel Marín, Andy Wickham, Juan Hernández, Dorcas González, y muchos más que ofrecieron su tiempo para llenar un poquito más nuestras mentes y nuestra alma. Es mucha la información y las ideas que se absorben en diez días de pura intensidad, un nuevo conocimiento que debe asentarse para poder aplicarse, que a veces te dejaba extenuada, que a veces cuesta entender… pero que merece la pena oír, y sobre todo, guardar en nuestro corazón.
Otro momento siempre impactante fue la salida evangelística, en la que Dios, una vez más, nos demostró que su lógica, su poder, y su gracia van más allá de lo que nosotros podemos comprender. Ver cómo Él coloca a la gente, mueve los hilos, siendo nosotros movidos a su vez, escuchar el testimonio de muchos que se sorprendieron a sí mismos saltándose sus propias normas, sus propios miedos, sus propios juicios, ver el anhelo de las personas por un poco de amor, por un poco de aquello que nosotros reflejamos por la pura y mera GRACIA de Dios, es fascinante. Tenemos un Dios fascinante, tan increíble que no podemos muchas veces más que asombrarnos de Él.
Pero, sin duda, en estos días que se pasan volando, lo que uno más refuerza son las relaciones, de lo que uno más aprende, es de lo que alguien que ha quedado extasiado con la gracia de Dios tiene para enseñarte. Cada uno de nosotros ha experimentado, o experimentará a Dios de una manera única y personal, íntima; poder compartir esa relación, entre susurros y lágrimas, confesiones y abrazos y palabras de ánimo y consuelo, es algo que puede que no nos llene el cerebro de nuevos saberes, pero que reconforta y llena el alma hasta límites insospechados. En estas personas uno ve reflejado ese amor que Dios nos permite disfrutar, un amor sin juicios, ese amor que tiene Papá con nosotros y que ansiamos con todas nuestras fuerzas. Los grupos pequeños, los momentos de descanso, las horas de comer, cenar, desayunar y merendar (esta vez literalmente) fueron momentos geniales para crear vínculos, o reforzarlos, con muchas personas que aparecen en nuestro camino, y no por casualidad.
Así pues, después de diez días todos volvemos a casa contagiados de esa locura que supone un Verano GBU, una bendita locura, pero que necesita convertirse en una convicción. Pasamos diez días de puro entusiasmo, de profundizar, de crecer aceleradamente, sin dar a veces tiempo de que todo lo aprendido cale profundo, a ese nivel que hace que se convierta en fundamental para vivir día a día. Ahora estamos en la cresta de la ola, surfeando en una burbuja que muchos no queremos abandonar, pero el mundo real se impone, no los primeros días, no las dos primeras semanas, pero si quizás después de un mes, o dos, cuando las palabras escuchadas y las lecciones aprendidas nos suenen un poco más lejanas, y se reduzca la intensidad con la vivimos todos esos días, y esta sea un eco lejano. La lucha, el cambio empieza ahora, la aplicación también. El rumiar de todos los mensajes que hemos tenido el privilegio de escuchar y de la sabiduría que hemos podido contemplar y apreciar en la vida de las personas entregadas a su llamado, todo eso, como he dicho, empieza ahora. Y tenemos una tendencia genética a olvidar, y vivimos en un mundo en el que ir contracorriente es luchar contra uno mismo. Ya deberíamos haber aprendido que solos no podemos, y valiéndome de lo que escuché estos días: sigue comiendo pan de vida, chocolate del bueno, puro al 100%, y bebe agua hasta quedar saciado, esta es la receta que da vida, eterna y dulce como la miel.