Una conferencia nos saca de nuestros ministerios diarios y nos ayuda a ver cómo Dios está trabajando entre y en otros.
Es común en los tiempos que corren escuchar a la gente menospreciar las grandes conferencias o reivindicar que asistir a un evento es un lujo innecesario, ya que muchas de las charlas serán retransmitidas en vivo o divididas en clips de vídeo para poder verlos a posteriori. Algunos critican abiertamente el enfoque centrado en “grandes nombres” y personalidades reconocidas, preocupándose por la cultura de la celebridad que ha tenido efectos tóxicos en el evangelismo. Otros dicen que las grandes conferencias requieren de dinero que podría gastarse mejor en otros ámbitos.
Las críticas a las conferencias son apropiadas, y algunas de ellas dan en el blanco más que otras. Pero todavía creo en el valor de la conferencia en la era de internet. La experiencia no puede ser cuantificada en euros y céntimos, ni en horas y minutos.
En primer lugar, una conferencia—más que cualquier otra actividad—nos saca de nuestros ministerios diarios y nos ayuda a ver cómo Dios está trabajando entre y en otros. Interactuando con personas de todo el país y del mundo que comparten una visión teológica, un enfoque ministerial o una identidad denominacional similares, los líderes de la iglesia reciben el don de una visión más amplia, de recordar que la pequeña parcela de tierra sobre la que trabajamos como granjeros del Señor, no es más que eso—una parcela de tierra. El Señor tiene muchos campos, y nos regocijamos de ver cosechas en algunos lugares y desafíos en otras. En ambos casos, escuchamos y aprendemos, no para compadecernos de las angustias, sino para alentarnos recordando que no estamos solos, no importa cuán solitaria pueda parecer la tarea en ocasiones. El estímulo que proviene de una conferencia, especialmente entre pastores que a menudo se sienten aislados, es real, perdurable y necesaria.
En segundo lugar, las conferencias reúnen a las personas en conversaciones cara a cara de una forma que simplemente no se da de otras maneras. Dudo al comparar una conferencia a una reunión en la iglesia, ya que las reuniones regulares de creyentes (donde hay un entendimiento del pacto de los privilegios y responsabilidades de uno) son de una naturaleza fundamentalmente diferente a la de presentarse en un centro de conferencias a adorar y a escuchar la Palabra. Aun así, hay algo que decir sobre las interacciones cara a cara, en especial sobre aquellas entre pastores y líderes de la iglesia que pueden haber sido amigos o colegas en el seminario o quienes pueden haber contactado por internet a raíz de intereses afines. La conferencia permite que surjan conversaciones espontáneas por los pasillos entre viejos conocidos y comidas alrededor de una mesa con personas que te animan y te edifican. Como muchos asistentes asiduos de conferencias te dirán, las reuniones en estos encuentros a menudo giran más en torno a reunirse que a la propia conferencia.
En tercer lugar, aunque ver una conferencia online ayuda a la gente a mantenerse al día sobre los acontecimientos y a recibir edificación por medio de la predicación o de la adoración, hay algo sobre la propia conferencia que no puede ser replicado. Una transmisión en vivo suele tener lugar “en segundo plano” mientras el espectador cambia de una tarea a otra. A pesar de lo muy agradecidos que estamos por las transmisiones en vivo, y por mucho que podamos beneficiarnos de las charlas de una conferencia al finalizar el evento, identificamos algo irremplazable en el hecho de estar en la sala con tu Biblia abierta y todas las distracciones a un lado, escuchando la exposición de la Palabra de Dios mientras disfrutamos de la comunión con otros que están escuchando atentamente junto a ti.
La conferencia es un retiro, pero no una desconexión. Su objetivo como retiro es recargar al asistente para que éste haga al evangelio avanzar en el futuro. Un retiro es estratégico, nos permite alejarnos de las responsabilidades habituales y despegarnos de todo lo que ocurre en el mundo durante unos días, para así recentrar nuestra atención y afecto en el Señor y su Palabra, todo con la intención de volver a comprometernos desde una posición de fortaleza y renovación.
Somos bendecidos, incluso cuando no podemos atender a una conferencia, recibiendo algunos de los beneficios en la distancia, ya sea viéndolo en directo o descargándolo a posteriori. Pero aún hay algo especial en el hecho de estar presente y aportar un granito de arena al evento. Podemos estar agradecidos por el rol de la conferencia, y sí, incluso el encuentro denominacional, porque estos eventos solidifican las relaciones, reestablecen amistades, nos energizan para las tareas que tenemos pendientes, y nos recuerdan que no estamos solos.
Publicado originalmente en The Gospel Coalition
Autor: Trevin Wax
Traducción: Andrea Expósito
Foto: Unsplash