¡Oh Señor, tu eres mi Dios! Te buscaré ansiosamente,

Mi alma tiene sed de Ti, Mi carne desfallece por Ti,

En tierra seca y yerma, donde no hay agua.

Así te he buscado en el Santuario, para ver tu poder y tu gloria.

Pues tu misericordia es mejor que la vida, mis labios te alabarán.

Te bendeciré mientras viva; En tu Nombre alzaré mis palmas.

 

 

¡Oh Señor, tu eres mi Dios! Te buscaré ansiosamente, Mi alma tiene sed de Ti,

Mi carne desfallece por Ti, En tierra seca y yerma, donde no hay agua.

 

1. El primer pensamiento que trae este cántico a nuestras vidas es el sentido de necesidad de Dios en cualquier circunstancia. En las circunstancias de David, él andaba errante en el desierto, sediento de verdad, físicamente, pero sobre todo, emocionalmente seco, perseguido por su propio hijo y muy desconcertado, casi desesperado ante la realidad que le había impulsado al desierto, el lugar de las tentaciones, el lugar sin ley ni orden, donde todo parece estar permitido y no hay derecho que le ampare. Quien te encuentra en el desierto puede hacer lo que quiera contigo. Estás expuesto a tu propia seguridad. Si soy sincero, puedo identificar ese desierto con muchos momentos de mi vida. Uno de los que estamos pasando juntos es el de la inseguridad. Inseguridad por la salud, la economía, el trabajo, los estudios, los cambios sociales que esta pandemia puede traer. Inseguridad porque tienes síntomas, pero también porque no los tienes y no sabes cuándo te va a tocar a ti o uno de los tuyos. Inseguridad porque hay que hacer frente a facturas y gastos, pero tu puesto de trabajo está en el aire o ya lo has perdido. Porque tus ingresos como autónomo se van a ver recortados y aún no sabes cuánto.

Cómo describir lo que sienten aquellos a quienes esta crisis les ha pillado solos, abandonados o peleados con su familia más cercana, sin nadie a quien acudir. O cómo se van a sentir quienes irán a un hospital a que les traten de su dolencia y encuentren todos los recursos agotados y sin capacidad de atención. Se va a dar en estos días

¡Tú eres mi Dios, Te busco intensamente, con todas mis fuerzas y toda mi cordura!

La confianza en quien de verdad está al mando exige esta clase de búsqueda, convencido de que no hay otra Roca a la que aferrarse.

 

Así te he buscado en el Santuario, para ver tu poder y tu gloria.

2. Buscar en el santuario para ver el poder y la gloria de Dios. La respuesta ante tal incomprensión de lo que nos rodea no es pedir explicaciones a Dios. ¿Podría entender David por qué le estaba pasando esto, si Dios le diera sus argumentos? ¿Dónde está mi santuario? ¿Dónde puedo ver el poder y la gloria de Dios? Claramente, en su Palabra, donde se revela en muchas ocasiones, de muchas maneras por los profetas y definitivamente, en el Hijo. Él es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de sus naturaleza, según leemos en los primeros versos de la carta a los hebreos, en su admirable presentación de nuestro Señor Jesucristo.

El otro salón de mi santuario es mi propia vida y la de mis hermanos, a quienes el Señor ya ha rescatado de la muerte eterna. Somos su iglesia, el templo hecho de piedras vivas que el apóstol Pedro reveló en una de sus cartas.

Viendo lo que hay en el santuario, mi atención se centra, ya no en buscar a Dios, puesto que ya lo tengo presente, ya lo he descubierto en Cristo. Mi atención tampoco se centra en mi pobre condición y mis circunstancias, sino en proclamar la conclusión de lo visto:

 

Pues tu misericordia es mejor que la vida, mis labios te alabarán.

Te bendeciré mientras viva; En tu Nombre alzaré mis palmas.

 

3. Pues tu misericordia es mejor que la vida.

¿Reconocemos de verdad cada mañana, delante del Señor, que su misericordia, su amor es mejor que la vida misma? ¿Entonces por qué preocuparnos más de la cuenta? ¿Vivo en su amor, deleitándome y disfrutando de su perdón en Cristo más que temiendo por lo que habré de comer o lo que me pueda doler? Esto no significa que no nos preocupe el bienestar personal, familiar y social, sino qué es lo que va por delante. En caso de tener que elegir, ¿qué prefiero? Si de verdad preferimos su misericordia a la vida misma, entonces sólo tenemos que alzar nuestras manos, de la manera en que se muestra dependencia y se ruega la compañía y la provisión de Dios: levantando los brazos hasta una altura media, con las palmas hacia el cielo, como el que levanta una caja o un recipiente con las necesidades en forma de oración y como quien recibe respuestas en forma de un regalo de peso, que Dios nos entrega.

Estamos tan influidos por los eventos deportivos, que tendemos a levantar las manos en señal de victoria, entusiasmo, júbilo y aclamación, pero aquí el sentido es diferente. ¡Palmas arriba! dice el salmista. Levanta a Dios tu oración. Espera de Dios su provisión, su entrega, su propia presencia por el Espíritu Santo, pero hazlo cada día, después de

1/ Reconocer tu condición de necesidad,

2/ Buscar y contemplar la obra de Dios en Cristo y

3/ Elegir conscientemente su misericordia, su amor, antes que la vida.

 

Que el Señor nos dé una buena ocasión de adorar ocupados en sus cosas en este día.

Que tengamos paz y una ocasión especial de mostrarnos su amor y seamos agradecidos por entrar y mirar en su santuario.

Que nos alegremos de tener a quién acudir en estos días de especial necesidad, de sed espiritual para todos y que seamos nosotros mismos los vasos de barro que llevan el agua de vida para los más sedientos. En especial, nuestros compañeros de Instituto, Facultad y trabajo, con quienes solíamos pasar tanto tiempo y a quienes va dirigido nuestro ministerio desde los GBUnidos.

 

 

Foto: Keith Hardy en Unsplash.